Diario de la construcción de la escuela Daoming n.2 (Zhangpojiao) - 2
Fue algo fortuito. Conseguí de un sacerdote católico una vieja fotografía, y el contenido de la foto me hizo sentir vergüenza e intranquilidad: unos cuantos niños de diferentes edades estaban asistiendo a clase en la parte exterior de una casa semi-derruida. Las patas de la mesa eran unas raices de árbol. La parte plana de la mesa era un tablero desigual. El encerado estaba en el suelo. Y el maestro era la única persona que puede leer y escribir del pueblo y que solo pudo estudiar hasta el 3 curso de primaria.
Esta foto me impresionó profundamente hasta el punto que decidí ir a verlo yo misma. Comuniqué esta decisión a un pequeño grupo de amigos y me sorprendió que ellos tuvieran el mismo pensamiento. Así que, al día siguiente salimos para ir a visitar ese lugar. Era la mañana de un día claro. Íbamos 4 personas de diferentes profesiones. Algunos no se conocían entre sí, y llegaron a conocerse por nosotros.
Como queríamos ir todos juntos, pedimos a nuestra amiga Chen que nos llevara en el jeep que acababa de comprar. Nuestro objetivo era el pueblecito que tanto nos había impresionado a todos - Zhangpojiao. Pero ninguno de nosotros sabíamos cómo llegar allí.
Lo único fiable de que disponíamos era un mapa y el número de teléfono de alguien de un pueblo cercano, así que no nos quedó otro remedio que el ir preguntando según íbamos. Ya anocheciendo, sobre las 6 de la tarde, nos encontramos con un aldeano en un cruce de caminos. De acuerdo con esta persona, desde el cruce hasta Zhanpojiao solo habría unos 20 minutos andando, e incluso se ofreció con confianza a guiarnos. Rápido, decía, después de esa curva... después de subir aquella cuesta el pueblo está en la bajada. Tanto nos alegró que comenzamos a cantar, pero después de cantar bastantes canciones, después de pasar bastantes curvas, después de subir y bajar no sé cuántas cuestas, solo veíamos que el camino se ponía cada vez más difícil, por lo que, sin poder aguantar más, preguntamos a nuestro guía si el camino que estábamos siguiendo era el correcto.
Pero nuestro guía se mostraba seguro y nos decía que debíamos continuar hacia adelante. Poco a poco había ya anochecido y habíamos llegado a un lugar donde ni siquiera había ya camino. Fue en ese momento cuando nuestro guía nos comunicó que él había recorrido ese camino hacía 7 años y que él tampoco sabía dónde estábamos ahora. Pero nuestro coche se encontraba ya en un lugar donde nos era imposible retroceder por la estrechez del camino. Sólo nos quedaba el bajar del coche e intentar ir arreglando el camino para que pudiera seguir el coche. En varias ocasiones el coche quedaba atascado en las raíces de los árboles y no nos quedaba más remedio que usar cuchillos para sacarle poco a poco. En los sitios resbaladizos, teníamos que extender ramas para que el coche pudiera pasar. Cada hora solo podíamos avanzar unas decenas de metros. Ya era noche entrada y, si extendíamos nuestra mano, no éramos capaces de poder ver nuestros propios dedos.
Por fin, tomamos de decisión de pedir a nuestro guía que fuera andando hasta el pueblo más cercano para pedir ayuda. Nuestro guía afirmó que el pueblo se encontraba muy cerca, según lo que él recordaba de siete años atrás, así que nos tranquilizamos. Pero, para evitar que nos volviera a ocurrir otro error, pensamos que era mejor que yo acompañara al guía, y que, al llegar al cruce primero donde nos habíamos perdido, quedara allí uno de nosotros para poder preguntar a alguien más: de este modo podíamos mantenernos en contacto e incrementar nuestras opciones de salir de todo ello.
Así, me puse en camino junto a nuestro guía otra vez. Vuelta a pasar curvas, subir y bajar cuestas, hasta que el guía me dijo que ya era de noche y muy tarde y que le perdonara, pero que él tampoco sabía dónde estaba el pueblo. Esto fue como un gran palo para mí. Mis piernas empezaron a flaquear y sentía que me hervía la cabeza. Delante de mí, no tenía ningún objetivo, y si quería volver, ya estaba muy lejos. En ese momento, lo único que podía hacer era comenzar a rezar en silencio e intentar buscar a alguien que nos pudiera ayudar. Era la única forma de salir de allí.
Allí estaba yo con una persona que era la primera vez que había visto, en medio de una noche sin luna donde no podíamos ver absolutamente nada, andando sin saber a dónde por más de dos horas. Justo cuando ya tanto el guía como yo habíamos perdido toda esperanza, pude percibir el sonido del ladrido de un perro. En un instante habíamos olvidado todo nuestro cansancio y literalmente volábamos en la dirección del sonido del ladrido del perro que habíamos escuchado. En un momento llegamos a un lugar iluminado muy tenuemente. Poco a poco pude ver que había más perros y que los ladridos estaban cada vez más cerca. Inmediatamente nos rodearon más de 20 perros y nuestra alegría se tornó en verdadero miedo y sin saber lo que hacer.
Después de varios interminables minutos, vimos aparecer una cabeza por una puerta. Solo después de explicar que éramos forasteros que veníamos en son de paz salieron fuera el resto de habitantes de aquella casa. En unos 10 minutos, todos los hombres del pueblo habían salido fuera. Todos ellos juntos sacaron al coche del apuro empujando al coche, apartando piedras, etc.
Después de llegar todos al pueblos, extendimos unos tatamis en el suelo y nos preparamos para descansar, pero todos los habitantes del pueblo nos rodearon y nos quisieron dejar solos ni por un momento.